El drama de MI:GP (y de tantas otras películas de acción de los últimos tiempos, qué bella y vaga expresión, puede ser de los últimos 10, 20 o 40 años, claro) es no saber dónde parar. Si lo único que realmente nos interesa es ver a Tom Cruise colgando del edificio más alto del mundo, ¿para qué complicar las tramas al punto que no se entienda qué bomba quieren apagar, dónde, cuándo y, sobre todo, cómo?
Ya hacia el final, el pobre espectador está fastidiado, perplejo y harto.
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